domingo, diciembre 9

SERIE UNO. JUEGO.

Uno. Simulacro.


Los niños ocupaban su tiempo libre en una serie limitada pero maravillosa de diversos juegos. Uno de los que más llamó la atención en la comunidad de Helga Tupahue, fue el que estuvo de moda en los últimos veranos de tranquilidad en ese lugar. Los niños jugaban a Dios. Lo hacían con toda naturalidad, sin tener en cuenta las penosas consecuencias que de ello se producirían en Helga Tupahue.

La gente los observaba, y muchos se maravillaban de aquel orden perfecto con el que los niños mantenían el juego. Al observar a quienes hacían de Dios, la comunidad destacaba la importancia y seriedad con que se tomaban sus roles. Pero pasaron los veranos, los niños volvieron al colegio, sus vidas conocieron la desidia calurosa de los pueblos del Chile interior, y todos olvidaron este pequeño detalle en la historia de esta ciudad.

Pronto llegó el horror. Ni siquiera durante esta etapa se recordó ese juego. Ese juego que pensaron algunos podía salvar a Helga Tupahue del desastre en que se encontraba. Pero el olvido lo borró como un ente totalizador. Borró también a todos esos niños: las pesquisas e investigaciones fueron infructuosas, también en este ámbito.

Sin embargo, uno fue hallado. El único que podía recordar. Él era Dios, decía. Y decía que Helga Tupahue era tan solo una excepción.





SERIE UNO. JUEGO.

Uno. Simulacro.

Muñecas de cristal

Eran dos y estaban solas.
Y sin más se quedaron,
silenciosas como muñecas de cristal,
mudas de la verdad que las hacía un poco transparentes.

Porque a pesar de sus rostros apagados,
insomnes y apagados,
las palabras recorrían sus cuerpos
para hacerlas gritar de estar tan vivas.

-pero en silencio-

Así es como yo nunca me enteré
que esos ojos vidriosos, que esas tetas de porcelana,
escondían la vida, toda la vida.

Y pasé la mirada rauda,
por encima de las estatuas perfectas
de los cuerpos fríos y lisos.
De sus momentos de objeto
y de sus tristezas de mentira.


sábado, noviembre 24

cero ¬ treintayocho