Los niños ocupaban su tiempo libre en una serie limitada pero maravillosa de diversos juegos. Uno de los que más llamó la atención en la comunidad de Helga Tupahue, fue el que estuvo de moda en los últimos veranos de tranquilidad en ese lugar. Los niños jugaban a Dios. Lo hacían con toda naturalidad, sin tener en cuenta las penosas consecuencias que de ello se producirían en Helga Tupahue.
La gente los observaba, y muchos se maravillaban de aquel orden perfecto con el que los niños mantenían el juego. Al observar a quienes hacían de Dios, la comunidad destacaba la importancia y seriedad con que se tomaban sus roles. Pero pasaron los veranos, los niños volvieron al colegio, sus vidas conocieron la desidia calurosa de los pueblos del Chile interior, y todos olvidaron este pequeño detalle en la historia de esta ciudad.
Pronto llegó el horror. Ni siquiera durante esta etapa se recordó ese juego. Ese juego que pensaron algunos podía salvar a Helga Tupahue del desastre en que se encontraba. Pero el olvido lo borró como un ente totalizador. Borró también a todos esos niños: las pesquisas e investigaciones fueron infructuosas, también en este ámbito.
Sin embargo, uno fue hallado. El único que podía recordar. Él era Dios, decía. Y decía que Helga Tupahue era tan solo una excepción.
La gente los observaba, y muchos se maravillaban de aquel orden perfecto con el que los niños mantenían el juego. Al observar a quienes hacían de Dios, la comunidad destacaba la importancia y seriedad con que se tomaban sus roles. Pero pasaron los veranos, los niños volvieron al colegio, sus vidas conocieron la desidia calurosa de los pueblos del Chile interior, y todos olvidaron este pequeño detalle en la historia de esta ciudad.
Pronto llegó el horror. Ni siquiera durante esta etapa se recordó ese juego. Ese juego que pensaron algunos podía salvar a Helga Tupahue del desastre en que se encontraba. Pero el olvido lo borró como un ente totalizador. Borró también a todos esos niños: las pesquisas e investigaciones fueron infructuosas, también en este ámbito.
Sin embargo, uno fue hallado. El único que podía recordar. Él era Dios, decía. Y decía que Helga Tupahue era tan solo una excepción.

9 comentarios:
la weá weones...
Aprovecho para saludar al Leo y al Danilo Sanhueza (si es que es el Danilo con el que hicimos el 7° y 8° básico...)
su ex compañero,
Nicolás Requena
buenísimo
desaparecieron los jugadores, quedó el jugado.
La redención de las esperanzas está en las mesas blancas de los sobrevivientes al tiempo.
Henos aquí luego.
Con toda la ternura del mundo.-
Que bonito, saludos leo y danilo, me gustaría escribir algo profundo o "poético", pero son las 12 del día del 28 de diciembre, estoy en la pega, estudiando un decreto horible y la verdad es que en lo que menos pienso ahora es en poesía o profundidades.
Mañana tal vez sí, porque como decía Tpo Gigio, mañana será otro día y hay que vivirlo con alegría.
Afirmar el juego es afirmar el azar.
Los juegos tradicionales son de aquellos que aman las distribuciones fijas, las reglas, las categorías. Arrojarse al simulacro es de aquellos que aman los conejos, los ciempiés, las cartas de corazones, los espejos: donde no hay reglas preexistentes, donde cada jugada inventa su propia regla. Y el azar es ramificado, insuflado: desterritorialización permanente del mundo.
Simulacro del golpe de dados, que nunca abolirá el azar.
ta hueno. Un poco mas de cuidado con algunas palabras o expresiones y el texto queda de chupete!
bueno, esto se actualiza o qué?
¿Por qué no retoman la labor?
vamos a volver, probablemente no aquí, pero les avisaremos.
saludos,
Leonardo.
Publicar un comentario